Mas quisierais existir como tú mismo, que los espejos no griten las obscenas atrocidades que reflejan. Mas quisierais aventurarte en el Nado, allí donde las piernas te abren el pecho para nacer en la gloria de la absoluta negación, y tú ahorcado, desvalido, indefenso como una niña de 93 años. M. lo verá por ti, en algún desmomento así será, el Nado reside bajo la tacita de café, justo en el lugar donde el oscuro brebaje tiene prohibido ingresar. Pero ya no importa, la historia se manifiesta sin anestesia ni cronología, fue el otro día que di con los hermanos Calambre: Whity Nose Calambre y Pequeño Gran Calambre. Pequeño Gran quizá no quiere, de algún modo parece no desear existir, su lengua es seca y plagada de esquirlas de la Última Guerra. No pudo escapar el pobre, y ahora le habitan tan adentro que ha pasado él a habitar las esquirlas, a ser la cosa que traslada. Whity lo ama sólo por ser su hermano, ¿existe acaso algo tan proley, tan contraNado? Pero M. ha contado el secreto, los hermanos Calambre la muerden, la lastiman sin piedad, tal vez por las esquirlas incrustadas de la Última Guerra, que es actual, y por eso ¡a los lobos, hermanos Calambre! Conocerán las consecuencias del bloqueo del Nado, M. no perdona.
1- Banco bajo árbol. Hombre fumando. Mira nube quieta sobre él. Cabello se levanta. ¿Viento? Le está creciendo geranio. Geranio tapa nube. Hombre bufa. Maldice. Mira. Miro. Mueve boca. Escucho algo. No hay palabras. Geranio sigue creciendo en cabeza de Hombre. Mira. Sigue diciendo. Creencia. Se escucha toda la situación en sí misma.
2- Cuando dice venir el bastardo, nunca termina siendo lo esperado. Igual lo peor va seguir siendo siempre no haber estado esperando nada. La cosa es sencilla, cachiporra ultrasónica (US) de última generación se vende en el mercado de acá, a dos cuadras. Allí se consigue en todos los precios y formatos. Cuidado al cruzarse con uno que tenga una de ésas, que te la debo lo que ligás, termina siendo un circo romano improvisado ahí, en el instante y en la mismísima calle. Pero si salís de ésa ya considerate un graduado de la academia con todos los honores, con esos que le dan a los que salen de la guerra sin una pierna o por haber corrido entre las municiones como una quinceañera o directamente te los plantan en el cofre de madera, envueltos en una banderita y con la eterna imagen estática de una flor de lis en el aire y el brazo extendido. Todo se va tejiendo de a poco, la situación se va reflejando continuamente en el Laberinto De Los Espejos Convexos. Ensanche del pensamiento, banquete de palabras vacías. Gordo horrible, insaciable, ya no le encontrás gusto.
El preciocielo alumbra feliz aquí y acullá, palomas mansas, palomas grises y de las otras, ¿sois lo que veo? ¿Sois lo que ves? ¿Sois lo que no ves? ¿Sois lo que no veo? Soy Percepción M –dijo y me hizo decir:- “Para saber, concéntrate en el vacuo destino”. Ni bien descifré la respuesta, vi que era lo que lo que no vi (lo que no vi, no lo vi, pero pude formarme una imagen del reflejo contingente), ahora estaba tranquilo, si es ahora es casi nunca siempre, si es ahora es Nado, si es ahora y es ahora es sí, así, y las palomas echaron a correr y yo eché a correr por el camino de las palomas, se me ocurrió una idea y tan pronto quise perderla. Los Imperceptores cruzaban temiendo eso, les disparé pero no entendieron, las palomas echaron a volar, buen augurio para los sueños.
El otro diurno fui a consumir café al Avispero. Me senté en una mesita que no le digo el lugar porque siempre están todas al fondo, y no hay caso, por más que uno firme religiosamente el libro de quejas no se terminan de dar cuenta que nos dejan a todos acoplados en espacio reducido y nos convierten en presa fácil y encima pagamos por eso. Pero me pasa que me persuado de que en realidad pago por el café sin azúcar, como usted bien sabe, único lugar donde lo sirven. Y no malgaste entrañas acústicas en decirles que son las abejas las que , que a las otras les gustan los topos. En fin, estaba en esa fatua y agobiante tarea de buscar mi reflejo en la pared, esa que está pintada de violeta, y me toca el hombro el Gordo Criminal, manos punzantes y pesadas, me di cuenta de inmediato. Se sentó sin permiso el cabrón y parecía costarle entablar contacto visual, andaba buscando no sé qué por el ambiente, hasta que me di cuenta de algo que no iba a poder pasar mucho tiempo desapercibido. Se movía en su pecho, debajo de uno de sus característicos pulóveres-camisón, se trasladaba velozmente como si tuviera un murciélago siendo infectado por la luz allá abajo, o atrás, no sé cómo decirle, quería definitivamente liberarse y él ni ambicionaba frenarlo, lo dejaba ir y venir y estirar el pulóver-camisón para todos lados, mientras se ponía ambas manos en la nuca y seguía buscando a lo que yo consideraba algún tipo de perseguidor. Yo estaba a la siguiente temperatura: bajo M.. De repente se le acercaron dos avispas muy feas, de esas que tienen la cara cortada por los cocineros que ya están duchos a la hora de defenderse. Le recriminé febrilmente que haya traído su estúpido magnetismo al Avispero, cosa que negó y agregó que se lo había prestado a un vagabundo para que pudiera obtener cosas, que después lo pasaría a buscar, y entonces me exasperé y le dije que si llegaba a tener un topo ahí metido le iba a dar con la cachiporra US de última generación unos besos y no hay cosa Orbital que se resista a tal acontecimiento. Me indicó que no no y no.
-El preciocielo cae de arriba abajo –dijo el muy torpe.
-Al grano, pedacito de bestia. Sacagalo de una vez, atrapo lo que venga.
-Es esto, que no sé, lo puedo calmar pero me aburre hasta calmarlo, y también cae como un edificio y es como que se vuelve a construir sobre sus mismos escombros.
-Nunca Emeo.
-Retórica barata, calamidad. Ahora es el turno de que lo calmes y lo muestres. Y ponga sexta, que las avispas ya se relamen con su barriguita.
-Sshh –decía mientras la punteaba con caricias y la cosa se iba desinflando y cediendo de a poco. Se subió el pulóver-camisón frente a todos, impúdicamente, y vi lo que suponía, le resplandecía y se apagaba continuamente de entre sus dedos que había dispuesto como una pequeña cárcel circular. Después lo metió en mi taza llena todavía de café, y se hundió lentamente, despidiéndose hacia lo oscuro.
-Qué hermoso Nado, troglodita. Aunque tiene algunos defectos, podríamos decir que es un Casitú, especie que se avecina al Nado, todavía hay abismos que devorar. Lástima que no quedará nada de ti ahora, pues has cometido el más grotesco de los errores: existir.
Inútil es cuando, estando M dentro de uno, se intente establecer con un Imperceptor un cambio de palabras satisfactorias, a fin de ser comunicado con el debido ímpetu que esto supone. Así que ponte bajo la influencia y deja que se desparrame dentro, que sería lo contrario a aplastar una mosca contra el aparador del living. Escúchame ahora con ojosoídos, que esa voz cantarina que hace nacer M te revele el verdadero contrasentido velado.
Yo te digo: almidón, crecen tus dientes, saliva espesa.
Tú, por supuesto, contestas: claro que sí, la percibí con la nuca.
Te respondo: las nucas saben ver, los ojos, a veces, mienten.
Y me dices: pero no los R-ojos.
Arguyo hábilmente: recítele.
Tú, que estás muy despierto, golpeas la madera con los nudillos, unas tres veces.
Insisto: el pececillo coletea juerte, ha de ser de taimado, susúrrele.
Tú me dices: para susurrar están las lechuzas, y estas son nictálopes, como yo, así que a modo de perdón, dejo de sostenerme.
Me despido y tú vuelas de rama en rama.
Y cuando creo que eso es todo, viene a mí la sabiduría del Nado, desciendo, entonces, del árbol, no sin antes quitarme la soga del cuello y dejarla debidamente colgada en el brazo más fornido y perpendicular. Exclamo: ¡la aquiescencia trae consigo la desdicha, tengo la espalda a la miseria! M es Sapiencia, ni bien digo esto, una hormiga que trepaba a la sombra –de las pequeñas que hieren terrible- se convierte al anarquismo.
Usted lo recuerda muy bien, yo lo recuerdo muy bien, era noche, era M. La mesa estaba oblicua al escenario, sobre él, Nada obraba a puro esplendor. Usted lo vio primero, llevaba un saco sport y una bincha con los colores patrios que le abrazaba el cráneo, tez morena, facciones de otro mundo, ojos de Nado. Deambulaba por aquí, por allá, por más allá, estaba y a la vez no. Supimos que era Juanito, lo fuimos sabiendo de a poco, no hizo otra cosa que mostrarnos su sortilegio, su magnetismo ultramundano, un sendero ajustado a la Sabiduría más elevada, a la Percepción M. Había que verlo bien, él lo veía. Decidimos (o M decidió por nosotros) ponernos bajo su tutela por un rato, convencidos de que algo tenía que transmitirnos (o nosotros a él), así que lo llamamos. Qué intento trunco, cómo pretender que la Sabiduría venga a uno sin que uno ha(ga nada). Ir hacia él, entonces, pedirle gentilmente que nos acompañe. Usted se acercó, yo lo seguí con la mirada, Juanito no decía más que verdades a unos sordos y usted esperó a que terminase. Usted estaba cerca, usted de algún modo lo presentía, quizás no era el momento (pero cuál otro), quizás… Veloz pasó frente a usted, yo lo veía todo, lo sufría todo desde allá, por fin estuvo cerca, le soltó unas palabras, el Sabio negó dos veces; una por usted, la otra por mí.
Cómo me gustaría arrancarte de tu carne, estrellarte contra tus ojos, hacerte entender a bofetada limpia. No es y es arduo como llorar con un solo lacrimal, pero qué vas a entender. Si te digo que no me vas a creer y entonces me mirás y me decís, sí, cómo no te voy a creer, entonces pienso que hemos tocado fondo y que vos, con todo respeto, no podés estar más lejos de ser lo que decís ser. A todo esto hay un chicotazo en el lomo de un caballo casi podrido y todos lo miran con la más ilusoria compasión. Le sigue el grito furioso de una veterana que quiere matar al tipo que le acaba de manotear el monedero y corre atrás del colectivo. Ahí nomás te sale profetizar y me pedís que te cuente de una puta vez. Con la más estirada calma empiezo a relatarte desordenadamente –no porque así se me antoje, sino porque así ocurrieron- los mentados hechos. Al principio ponés cara de circunstancia -evidentemente le estás errando a la interpretación y eso es grave- cuando te digo que estaba parado ahí porque atrás del vidrio se veía mejor y no porque el tipo que estaba adentro fuera un pelmazo como vos decís que es, realmente me importaba tres carajos el tipo ése. Al otro lado de la avenida venía cruzando el policía de la cuadra, así que me metí derechito y sin chistar y le estreché la mano al varón que, más que por desidia que por estar arreglando el mostrador, hizo un ademán vago y apenas me rozó los dedos. Le pregunté con desinterés qué era eso que tenía colgado de la viga y me contestó que eso no estaba a la venta y que me joda si se me ocurrió que me interesaba. Otro tanto le pregunté por otros bártulos que no me importaban en absoluto, pero el tipo tiende a negar todo al principio hasta que se ablanda y destraba la mandíbula, y volví al que me interesaba. Antes de que repitiera lo que estaba a punto de repetir, le ofrecí por él la colección completa de Prokofiev y anduvimos discutiendo un rato pero se notaba que al tipo le interesaba, sólo que quería sacarme algo más. En algún momento cedió y arreglamos que al día siguiente se haría la transacción ipso facto. Como al otro día yo andaba corto de tiempo no caí sino dos días después. Llevaba la caja con los discos y antes de entrar ya me di cuenta de que la cosa no iba a marchar, porque la viga se presentaba desnuda y me entró una bronca y una indignación que te la debo. Le tiré los discos en la cara y el tipo se excusó diciendo que había encontrado un mejor comprador y que la culpa era mía por no haber hecho el acto de presencia ayer. Lo mandé a la reputísima madre y rajé abrazando los discos como pude, tratando de caminar calmado. Para variar me metí en lo del Flaco Guilerme que estaba bastante abombado por haberse levantado recién de la siesta y nos chupamos unas cervezas mientras su mujer barría debajo de la mesa y andaba con los ojos puestos en uno de los purretes del Flaco que no quería hacer los deberes. Por fin se fueron los pendejos y la vieja y nosotros meta fumar y chupar. No le iba a contar lo del tipo al Flaco así que lo dejé hablar a él, pero el Flaco me preguntó que qué hacía con esos discos y le tuve que contar. El muy pelotudo se cagó de risa primero y después me dijo que estaba loco y se fue hasta la pieza como pudo, gateando creo. Como al Flaco le había entrado sueño, volví a salir o volví a entrar afuera, como pude yo también, aunque en mi caso no era el mal llamado ocio el que me empujaba puertas afuera, sino la vasta insinuación de tener que encontrar algo, lo que sea. Paré en seco al ómnibus y me colgué del pasamanos a la altura del segundo asiento. Quizás lo primero que vi fue el casco blanco, o su bigote recortado o sus pómulos salientes o su saco sport, andá a saber, la cosa es que estaba ahí, qué lo parió. Destilaba un tufillo irrespirable y cabeceaba contra el vidrio cada tanto, y yo sin saber si acercarme o qué, o sólo mirarlo y estudiarlo lo mejor que pudiera. No pasó mucho hasta que subió una mujer entrada en carnes con un niñito que llevaba un globo y una matraca y se sentaron al otro lado del pasillo, ante la mirada sólida de Juanito que hizo una chanza con la boca para animar al niño. Como si estuviera embelesado, el muy cabrón no dejaba de observarlo, con una obstinación y un motivo que se me escapaban, pero a él no, con toda seguridad. Y el caramelo cayó junto a la respuesta, pues el dulce que se le escapó al niño fue a parar al pasillo y Juanito, que seguramente estaba esperando eso, preguntó si se lo podía comer. Ante la respuesta nerviosa de la madre –que sí, adelante, es suyo-, Juanito lo hizo suyo. A esa altura pude sentarme detrás de él, ya me quedaba poco por recorrer, sin saber si hablarle o no, lo vi mandarse un pucho a la boca y llevarlo de lado a lado con toda presteza. Sempiterna duda la que me circunda, desde que bajé de aquél colectivo endiablado que se llevaba al Mesías, mientras vos, aquél y los otros, se relamían mirando la carne con papas que sacaba Nélida del horno.
En M no hay Nirvana, ni paranirvana, ni cielo, ni infierno, ni Bardo, ni vacío, ni lleno, ni parcial, ni total: hay Nado. Déjala penetrar sin resistencias, ofréndale tu hábitat (cuerpo y espíritu) y entonces sí, y sólo así, podrás habitarla a tu antojo.
Con M tienes tu reflejo, pero no un vacuo reflejo de tu cuerpo, sino tu reflejo, lisa y llanamente. Está allí afuera, tanto como adentro, Nado por doquier.
El principio fue Anarquía y M fue el principio. No brotó para el hombre, brotó porque se le dio la gana, si no se le daba no brotaba y el hombre hubiese quedado ignaro del Nado para siempre jamás, pero como brotó y porque brotó, está en el hombre para enseñarle el camino sin restricciones ni tapujos, el camino más universal del Universo.